Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

lunes, 22 de septiembre de 2014

Instituto Tavistock XII: La Televisión

Viene de aquí.

La televisión

La mayor modalidad de control que existe es cuando uno cree que es libre y en realidad está siendo manipulado y dirigido. Una forma de dictadura es estar encerrado en una celda de la cárcel, viendo los barrotes. El otro estilo de control y dictadura, mucho más sutil, es no ver los barrotes y creerse libre. El mejor hipnotizador del mundo es una caja oblonga colocada en un rincón de la habitación, que le dice a la gente en qué debe creer. La televisión, con su capacidad de meterse en el hogar de todas las personas, crea la base para el lavado de cerebro colectivo de los ciudadanos, tal como veremos en este capítulo. Puede que usted no lo sepa todavía, pero cada vez que enciende esa niñera de un solo ojo están moldeando su mente.

Una de las cosas que ocurren cuando vemos la televisión es que el hemisferio derecho del cerebro está el doble de activo que el izquierdo, lo cual en sí ya es una anomalía neurológica. El cruce del izquierdo al derecho libera un torrente de los opiáceos naturales del organismo, las endorfinas, que a su vez comprenden las beta-endorfinas y las encefalinas. Las endorfinas tienen una estructura idéntica a la del opio y sus derivados (morfina, codeína, heroína, etcétera). En otras palabras, la televisión funciona como un sistema de suministro de drogas de alta tecnología, y sus efectos los sentimos todos. Otro efecto que tiene ver la televisión es que las regiones superiores del cerebro, como la zona media y el neocórtex, quedan inactivas y la mayor parte de la actividad se desplaza al sistema límbico, la región inferior del cerebro. El cerebro inferior o reptiliano se limita a reaccionar al entorno utilizando programas de respuesta profundamente imbricados en el sistema, del tipo «lucha o huye». Además, estas regiones inferiores del cerebro no saben distinguir la realidad de las imágenes inventadas (una tarea que realiza el neocórtex), de manera que reaccionan al contenido de la televisión como si éste fuera real y liberan las hormonas correspondientes, y así sucesivamente. Diversos estudios han demostrado que, a la larga, un exceso de actividad en las regiones inferiores del cerebro causa la atrofia de las regiones superiores. Es posible que usted no supiera estas cosas, pero seguro que sí las sabe la gente que le está lavando el cerebro a diario. No se preocupe, un poco más adelante volveremos a hablar de este tema.


Los lavacerebros encargados de esta transformación de la sociedad han ejecutado el truco más perfecto. Han sido capaces de persuadir a las personas de que lo que ven con los ojos es lo que hay que ver. Luego, la gente se reirá en su cara cuando usted intente explicarle el panorama más de conjunto y la realidad que se oculta al otro lado del telón.

En una entrevista realizada en 1981, Hal Becker, miembro de un grupo de expertos de Connecticut denominado Grupo de Futuros, dijo lo siguiente:
«Conozco el secreto para conseguir que el americano medio se crea cualquier cosa que a mí se me antoje. Basta para ello que me dejen controlar la televisión. [ ... ]
Si algo sale por la televisión, se convierte en realidad. Si el mundo fuera del televisor contradice lo que se ve en éste, la gente intenta cambiar el mundo para que sea como lo que se ve en el televisor.»
Pues, lo que se cuenta en la televisión no es la verdad, por mucho que la gente siga creyéndose las mentiras que se transmiten a través de ella. La televisión es un parque de atracciones, un grupo de malabaristas, bailarinas de la danza del vientre, charlatanes, cantantes y gente que hace striptease. Pero usted está completamente hipnotizado por la caja tonta. Se sienta delante de ella un día tras otro, una noche tras otra... ¡La televisión es casi lo único que conoce! El cinco por ciento de los estadounidenses lee más de cinco libros al año, en cambio la entrega de los Oscars la ven mil millones de personas. Usted sueña como en la televisión, habla como en la televisión, huele, se viste, actúa como en la televisión. Hay muchas personas que tienen la sensación de llevarse mejor con Paris Hilton, Britney Spears o Lady Gaga que con su marido o su mujer. ¡Es de locos! ¿No lo ve? ¿Cuántos millones como usted están preparados para creer cualquier cosa que les diga la televisión? Es más, hay muchísimas personas de las altas esferas preparadas para decirle a usted lo que sea en nombre de la "guerra contra el terror", en nombre de los índices de audiencia y de los ingresos por publicidad, siempre que usted vote por ella, compre su producto y permita que le haga un lavado de cerebro.
«La televisión proporcionó el medio ideal para crear una cultura homogénea, una cultura de masas, a través de la cual se podía modelar y controlar para que toda la gente del país pensara lo mismo.» [1]
¿Por qué lo hacen? Para atontarnos. Para lavarnos el cerebro. Para convertirnos en adultos sensibleros de tendencias infantiles. Para que no estorbemos a las personas importantes pensando demasiado por nosotros mismos. ¡Piénselo!

Más del setenta y cinco por ciento de las personas obtiene toda la información de la televisión. De hecho, la única verdad que conoce la mayoría de la gente es la que le transmite la televisión. Existe una generación entera de personas que no sabía nada que no hubiera salido de la caja tonta. Esta caja se ha convertido en el Evangelio, la máxima revelación. Es capaz de encumbrar y deponer a presidentes y primeros ministros. Esta caja es la fuerza más alucinante que existe en este maldito mundo. Sin embargo, ¿qué pasaría si cayera en las manos equivocadas? Y cuando la empresa más grande del mundo controle la mayor fuerza para hacer propaganda que existe en todo el universo, quién sabe qué escoria nos venderán como si fuera la verdad absoluta.

LA CREACIÓN DE UNA SOCIEDAD FASCISTA

La mayoría de la gente cree tener una idea bastante aproximada de lo que es una sociedad fascista. Han visto las películas de la Alemania nazi de los años treinta, hechas para la televisión. Las multitudes, el alboroto, las luces, las tropas de botas altas. Las gigantescas concentraciones, las banderas agitándose. Luego, los discursos de Hitler ante multitudes que lo vitoreaban, que levantaban el brazo haciendo el típico saludo a su Führer. Imposible olvidar las aterradoras imágenes de los matones nazis rompiendo las ventanas del gueto judío y sacando a las calles a frágiles ancianas agarrándolas por el pelo, la Gestapo y los soldados de las SS machacando a culatazos de fusil a una persona. Y hay otras imágenes: los campos de exterminio y el mundo entero, que desconocía su existencia, horrorizado. Los cadáveres, las dentaduras, las osamentas, aquellos muertos vivientes, y también el cabello, los dientes de oro, los anillos y los hornos.

La mayor generación del siglo xx fue a la guerra para derrotar al mayor mal que el hombre ha conocido jamás. En la guerra murieron veintiséis millones de soviéticos, más varios millones de europeos y medio millón de soldados estadounidenses. Nunca más. Eso fue lo que dijimos todos cuando terminó la guerra. ¿Se acuerda usted? El mundo no iba a tolerar de nuevo algo tan inhumano como aquello. Jamás volveríamos a tener otro Hitler entre nosotros, jamás permitiríamos que se pisoteasen de aquel modo los derechos humanos. Sí, estará diciendo usted. ¡Nunca más! Pero ¿está seguro de ello? ¿Y si yo le dijera que hemos dejado que vuelva el monstruo y que usted, lector, es en parte el culpable de ello? ¿Me creería?

Volvamos a esa imagen de las tropas estadounidenses victoriosas entrando en Bagdad y en Kabul. Pensemos en la guerra de Libia. Pensemos en la operación Tormenta del Desierto. ¿Se acuerda de los desfiles, del confeti, de los soldados y de aquellos carísimos equipos marchando en televisión ante un público entusiasmado que no dejaba de agitar banderitas? ¿Le resulta familiar? En Estados Unidos había millones de personas celebrando aquella gran victoria, agitando por cientos de miles las banderas de plástico que les habían dado, multitudes vitoreando y levantando los brazos para mostrar su aprobación a su presidente y a su general al mando, que saludaban a su vez. ¿Estamos volviendo a lo mismo? Yo diría que sí. Sí, volvemos a presenciar la emoción de la victoria y el dolor de la derrota. Sólo que esta vez en realidad hemos dado una patada en el culo a esos moros malolientes. ¡No irá a decirme que no! ¡Hola, mamá, somos el número uno! De hecho, silo recuerda, estas celebraciones fueron organizadas por la televisión.

Puestos a pensarlo, lo mismo sucedió con el argumento para la intervención, que simplemente fue un copia y pega de otros acontecimientos de la historia. Pensemos en Sudán y la coalición Salvemos Darfur, en Kosovo y los Balcanes, en Somalia, Granada, las Malvinas. La televisión actuó de facilitador de la «mayor celebración patriótica de la historia», como la denominaron.

Tal como dijo Keith Harmon Snow en GlobalResearch, el 7 de febrero de 2007, haciendo referencia al conflicto de Sudán, inspirado por Gran Bretaña:
«Primero, se crea la inestabilidad y el caos para que parezca que los árabes están luchando contra los africanos (esos de por ahí siempre están matándose unos a otros). Segundo, se organiza una campaña en los medios de comunicación que enfoque el rayo láser de la atención pública hacia el aumento de la inestabilidad. Tercero, se agita a la opinión pública y promueve la indignación entre una población occidental manipulada que, de forma bastante literal, es capaz de creerse cualquier cosa. Cuarto, uno se asegura de que el diablo —esta vez son las milicias árabes, los yanyawid— venga montado a caballo. Este último punto subraya el tema sempiterno de la literatura, el bien contra el mal. Quinto, se demoniza al "enemigo" [léase los sucios árabes] y a sus socios [las petroleras chinas y los traficantes de armas rusos]. Sexto, se envía allí a soldados cristianos y a sus ejércitos "humanitarios". Luego se teclea "¡Salvemos Darfur! ", y ya está, ha nacido un movimiento. Séptimo, se continúa debilitando el poder del enemigo socavando su credibilidad. Octavo, bajo el estandarte de la superioridad moral y contando con el total apoyo de un público occidental muy concientizado, se expulsa a las fuerzas malévolas [del islam y de Oriente] y se instala un gobierno benevolente, amante de la paz y proclive a la democracia. Y por último, se retiran las sanciones, que ya no son necesarias, y se lleva el tan necesario "desarrollo" a otro país atrasado. Y ya lo tenemos: otra misión de "civilización" para conquistar a esas hordas bárbaras de árabes y a esos africanos tribales muertos de hambre, desamparados, ignorantes, enfermos e infestados de sida.»
¡Amén! Este ejemplo muestra con qué eficiencia la televisión es capaz de manipular a la opinión pública en nombre de cruzadas militares extranjeras que hacen avanzar la causa del gobierno mundial, y lo hacen sin siquiera declarar de manera explícita que el objetivo es el Gobierno Mundial o la Empresa Mundial.
Recuerde que fue la televisión la que le dijo qué estaba celebrando usted y por qué debía sentirse orgulloso de ser americano o por lo menos tener envidia de los que lo son. Esto no ocurre exclusivamente en el mundo de la política. Recuerde la «gloriosa», victoria de España en el Mundial de Fútbol de 2010. La celebración no habría sido la misma si la televisión no hubiera reafirmado nuestro derecho a sentirnos «orgullosos».

Una cosa de la que quizá no se ha percatado usted, porque no le han contado un hecho tan nimio, es que antes de las campañas de propaganda «humanitaria» de los medios de comunicación, ni Somalia ni Kosovo, y desde luego tampoco Sudán, figuraban entre las principales preocupaciones del estadounidense medio. En realidad, más del 85 por ciento de los estadounidenses no era capaz de situar a Sudán en el mapa. Lo mismo podría decirse de Somalia y, por supuesto, de Kosovo, por no mencionar a Irak antes de la invasión Tormenta del Desierto de 1991. El 87 por ciento no sabía dónde estaba Irak y no tenía ni idea de quién era Sadam Husein, hasta que los diligentes y persistentes esfuerzos realizados por la CNN para adoctrinar al público estadounidense hicieron posibles dichas campañas militares.

De todas formas, lo que resulta absolutamente pasmoso es que el público jamás haya cuestionado nada de esto. En vez de eso, la gente prefiere participar en la celebración, ya sea directamente, llenando las calles y agitando banderitas de Estados Unidos, o a través de las emisiones de la televisión nacional.

A finales de 2010 ya habían muerto más de un millón y medio de iraquíes inocentes, además de Sadam Husein y más de cinco mil soldados estadounidenses, y varias decenas de miles de personas desconocidas habían sido mutiladas de por vida, como consecuencia de una guerra que «liberaba» al país en nombre de British Petroleum, Royal Dutch Shell, Halliburton, Blackwater, Chase Manhattan Bank, Bank of Amenca, CitiGroup y un número interminable de multinacionales que luchaban por quedarse con un trozo de los trofeos y las riquezas de Irak.

¡Hola, mamá! ¿Y cree que Afganistán es diferente? Otra guerra, otro dólar, otra lista de estadísticas desagradables. Entre Afganistán e Irak, decenas de miles de niños muertos, cientos de miles de mutilados para toda la vida. ¿Y por quién hemos luchado? Estados Unidos derrocó a los sucios talibanes, sólo para sustituirlos por uno de los líderes más corruptos que ha conocido el mundo: Hamid Karzai, un importante traficante de drogas que se acuesta con las mismas fuerzas indeseables contra las que hemos ido a luchar. ¡Hola, mamá! ¿Seguimos siendo el número uno? El número uno en idiotez, eso es lo que somos. Y bien, ¿cómo se siente usted ahora? Esto es lo que ha celebrado. Y créame, no hay diferencia entre los agresivos matones nazis de los años treinta y los agresivos liberadores democráticos de 2011. Sin darse cuenta siquiera, usted ha pasado a formar parte de la chusma, de una turba fascista organizada enteramente a través de la televisión.

¿Sigue sin creerme? ¿Ha viajado últimamente a Estados Unidos? El personal del aeropuerto, que forma parte del Homeland Security Department [Departamento de Seguridad Nacional], está compuesto por los mismos soldados nazis que sacaban a ancianas judías a rastras de su casa y las mataban a golpes con la culata del fusil, simplemente por placer y en nombre de la seguridad. Mientras usted, el ciudadano modelo, permanecía antes y permanece ahora al margen sin hacer nada, impotente y mudo. ¿Se le ha ocurrido alguna vez intervenir y echar una mano? No, porque usted y sus conciudadanos tienen el cerebro lavado por la televisión para que nunca cuestionen la autoridad, por muy escandaloso e inhumano que pueda ser su comportamiento. ¿0 en realidad piensa que ha llegado hasta este punto usted solito? Retroceda treinta años. ¿Se comportaba así la gente con su prójimo? Más bien no, ¿verdad? Entonces, ¿qué ha ocurrido? En algún momento, no sabemos cuándo, hemos perdido la conciencia.

La conciencia es algo que desarrollamos en la medida en que sentimos y pensamos por nosotros mismos. En tanto en cuanto nos limitamos a aceptar los tópicos emocionales e intelectuales de los demás, nos quedamos sin hacer nada. Digámoslo de la siguiente forma:
«El advenimiento y la difusión generalizada de la tecnología de la televisión han dejado obsoleto el modelo nazi de sociedad fascista; han aportado un medio mejor, más sutil y más poderoso para controlar a la sociedad que el terror organizado del Estado nazi. » [2]
A la mayoría de la gente esto le suena totalmente escandaloso. Después de todo, ¿qué tiene que ver con el nazismo una inocente celebración de una victoria de la democracia o del fútbol?

EL CONCEPTO FASCISTA DEL HOMBRE

Lonnie Wolfe, periodista de investigación, lo cuenta de forma sucinta:
«El Estado nazi fue creado por los mismos intereses oligárquicos económicos y políticos que controlan hoy en día lo que llamamos medios de comunicación de masas y televisión. Olvídese de las historias que ha visto en la televisión, que cuentan cómo llegó Hitler al poder. Le despejaron el camino los mismos oligarcas que se sirven de los lavacerebros que programan hoy su parrilla. A lo largo de una serie de años, después de la Primera Guerra Mundial, Alemania sufrió la política económica de esa élite internacional. Los nazis de Hitler fueron financiados y promovidos como opción política, y luego llevados al poder entre 1932 y 1933.
»Una vez situados en el poder, los nazis se mantuvieron en el mismo valiéndose del terror como una parte del lavado de cerebro de las masas. En muchos sentidos, resultaba apropiado ver el período nazi como una época en la que se experimentaron diversos métodos de lavado de cerebro y de control de la sociedad. En la base de dicha experimentación radicaba el deseo de crear un Nuevo Orden Mundial, de dar la vuelta a una premisa fundamental de la civilización cristiana occidental: el hombre ha sido creado como una especie superior y distinta de los animales, a imagen y semejanza del Dios vivo, y ha recibido, por la gracia divina, la Chispa Divina de la razón.» [3]
Lo que hace humano al hombre es el poder de razonar. Lo único que hay más grande que la vida es el poder de la mente humana. Así es como se mide la humanidad. Lo que nos separa de los animales es nuestra capacidad de descubrir principios físicos universales. Nos permite innovar, lo cual después mejora la vida de las personas. La evolución de la humanidad, el desarrollo del poder de la persona y de la nación, depende de los avances científicos, de la búsqueda y el descubrimiento de la Verdad como objetivo principal, con el fin de perfeccionar
nuestra existencia. La verdad siempre radica en el orden superior de los procesos. La auténtica soberanía no corresponde a la opinión popular, sino a los poderes creativos de la mente humana de cada uno.

De modo que es un problema moral. Un problema del destino de la humanidad. Cada generación debe avanzar un poco más que la generación que la precede. Y esa esperanza, la de que ocurra así, ha de ser lo que tenga en el pensamiento la persona que está muriéndose de vieja: la idea de que su vida ha servido de algo, porque ha puesto los cimientos de una vida mejor que la que ha conocido ella.

Existe un conflicto fundamental de ideales. Están quienes dan la talla de los típicos hombres del Renacimiento y quienes se ven a sí mismos, por su origen, superiores a los demás y ven a la humanidad como un animal cuyos peores impulsos han de ser reprimidos por el Estado. Ésa es la forma de pensar del movimiento de la Ilustración y, en su forma extrema, del Estado fascista. Para que funcione el lavado de cerebro colectivo, éste ha de atacar la visión renacentista del hombre, porque es imposible lavar el cerebro a una persona que posee una fuerte escala de valores y busca la Verdad.

Hasta que podamos llevar a la humanidad a la Era de la Razón y a la Era del Progreso y el Conocimiento Humano, la historia tomará la forma de la realidad, y no por la voluntad de las masas, sino por la de aquellos pocos que, para bien o para mal, dirigen el destino de la humanidad de forma general; igual que los rebaños de vacas son llevados y traídos a los pastos..., y de vez en cuando también al matadero.

EL LAVADO DE CEREBRO COLECTIVO SEGÚN FREUD

Aunque pueda sorprender a muchos, la Alemania nazi fue un experimento de la psicología de masas de Freud. Es decir, que tanto Freud como los nazis compartían el mismo sistema de creencias respecto del hombre, y lo consideraban un animal pecaminoso al que se permite existir sometido a estrictas leyes.

El hombre no está hecho a imagen del Dios vivo, dice Freud; el hombre ha hecho a Dios a su imagen, con el fin de aliviar el dolor de la existencia. Freud llamó «infantiles» a los intelectuales anteriores a él porque defendían la doctrina religiosa:
«Nosotros nos diremos a nosotros mismos que era muy bonito lo de que hubiera un Dios creador del mundo y una benevolente Providencia [ ... ] En cambio vosotros defendéis la fantasía religiosa con todas vuestras fuerzas. Si ésta cae en descrédito —y desde luego está gravemente amenazada—, vuestro mundo se desmorona. No os queda nada más que la desesperanza respecto de todo, de la civilización, del futuro de la humanidad. Pero yo, nosotros, estamos libres de esa atadura.
Como estamos dispuestos a renunciar a una buena parte de nuestros deseos infantiles, podemos soportar que unas cuantas de nuestras expectativas resultaran fantasiosas.»
Toda la psicología freudiana es una forma de lavado de cerebro, ya que, para estar de acuerdo con sus premisas, es necesario aceptar que el hombre es un animal que debe negar la existencia de las leyes universales y de Dios.
«La psicología freudiana, tal como predican Freud o los neofreudianos como Carl Jung, hizo furor en los años veinte. Fue introducida en la cultura popular por los medios de comunicación del momento, los artículos publicados en periódicos y revistas. Su moralmente demencial teoría del "id", el "ego" y el "superego" pasó a formar parte de la cultura popular, al igual que su convicción de que la creatividad nace del impulso sexual.» [4]
Uno de los elementos clave de la obra de Freud sobre la psicología de masas proviene de La psicología de las masas, del psicólogo francés Gustav Le Bon, quien afirmaba que el hombre, cuando forma parte de una muchedumbre, regresa a un estado mental primitivo.
«Entre la muchedumbre, las personas desinhiben y olvidan las normas morales, y se vuelven sumamente emocionales.» [5]
Le Bon dice que significa el retorno a la naturaleza primitiva del hombre. «El hombre —afirma-- ha regresado a sus raíces animales.» En eso se basa la movilización de la gente en masa. Los desfiles de la victoria son sólo un ejemplo de este fenómeno. La idea de que todos los ciudadanos de bien deben concentrarse alrededor de la bandera para atacar es en sí misma otra forma de dictadura social. Pero este fenómeno tiene otro efecto secundario.
«Aunque el hombre masificado se ha vuelto de pronto más primitivo y su comportamiento, más propio de un animal, también siente aumentar su poder, mientras que su responsabilidad individual respecto a sus actos —un factor clave en todo juicio moral— disminuye.» [6]
Por otro lado, lejos de aceptar que todo ha de dirigirse hacia un propósito común, Freud y Le Bon ignoran el derecho que tiene la mente de saciar su curiosidad y seguir dondequiera que pueda llevarla ésta. Al fin y al cabo, la curiosidad es insubordinación en su forma más pura, una actitud que en Estados Unidos de hoy lo llevaría a uno a la cárcel por realizar una actividad antiamericana. El legado de la civilización cristiana occidental defiende la libertad de la mente del individuo frente a la coerción de la cultura de masas, la propaganda dirigida a las masas o la movilización de las masas.

«El dominio de las masas por parte de una minoría seguirá siendo tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural», escribió Freud en 1927, atacando a la religión en su obra El porvenir de una ilusión. «Porque las masas son perezosas e ignorantes. »[7]

Estas ideas no se apartan mucho de los escritos de Hitler; forman el meollo del pensamiento nazi. Mucho antes de que Hitler publicase Mein Kampf, Freud habló, en su Psicología de las masas y análisis del yo, del principio de liderazgo en torno al cual se organizó el Estado nazi. «Cualquier masa, ya sea la de una nación o la de un grupo creado al azar, debe tener un líder», escribió. Y agregó:
«una persona que le proporcione su "ideal del yo" o valor. El líder se convierte en el "ideal del yo" común de cada miembro y adquiere todas sus facultades críticas, de igual modo que el hipnotizado cede su autodeterminación al hipnotizador. Es el líder quien aporta el vínculo común a una masa de personas; el apego común al líder permite que cada miembro se identifique con otro, con lo cual se proporciona forma y dirección a la masa».
¿Era freudiano Hitler? «Se sabe que Hitler leía a Le Bon», escribe Lonnie Wolfe en La creación de una sociedad fascista.
«No se sabe con certeza que leyera a Freud, ni que conociera Psicología de las masas y análisis del yo, pero está claro que quienes llevaron a Hitler al poder y quienes dirigieron su movimiento leían a Freud, al igual que la mayor parte de la élite gobernante de aquella época. Eran ellos quienes promovían la moda freudiana y su propaganda por todo el mundo.» [8]
CARL JUNG Y HITLER

Un importante neofreudiano que se convirtió en un abierto simpatizante de los nazis fue el psicoanalista suizo Carl Jung, cuya amistad con Freud finalizó cuando éste se negó a encontrar valor alguno en el misticismo gnóstico. [9] Freud, que se oponía a incluir ideas místicas en el psicoanálisis, asociaba la palabra misticismo con sesiones de espiritismo, voces de otros mundos, ruidos, apariciones, levitaciones, trances y profecías. [10]
«Jung vio en Hitler la apoteosis del esfuerzo que había realizado él buscando una comunión pagana con el Más Allá, una búsqueda que comenzó en 1915, al sufrir una colosal crisis nerviosa.» [11]
En su ensayo de 1997 sobre Hitler y Jung, Wolfe sostiene que entre Hitler y las teorías psicoanalíticas de Jung, hoy una de las bases conceptuales de la ideología de la «Nueva Era», existe una enorme relación, dada la fascinación de Jung por Hitler.
«Porque Jung estaba obsesionado con la idea de que la realidad más profunda, la mayor verdad, yacía bajo los aspectos inconscientes, místicos y psicóticos de la mente del hombre, en contraposición con la visión judeocristiana del mundo, más racional, externa y científica.» [12]
Ésta fue la base de su estudio de sí mismo, durante largas décadas, en su afán de encontrar un mito o un sistema mítico previo capaz de ilustrar las ideas que tenía de la psicología de la religión. Empezó por el gnosticismo, siguió por el estudio de la astrología y, más tarde, de la alquimia especulativa como sistema simbólico.

Según Jung, existe un profundo sustrato de la conciencia, bajo las capas de los instintos mecánicos y los fenómenos mesurables de la psicología clínica, al que llamaba «inconsciente colectivo». Estas imágenes se hacen visibles en determinadas circunstancias, como los mítines políticos o los rituales religiosos, las pantallas de cine o la publicidad y la propaganda; imágenes que nosotros aceptamos como algo normal sin ser conscientes del poder que representan ni de hasta qué punto están manipulando nuestra conciencia. Y a su vez, esas imágenes, esa trama o matriz que está por debajo del universo observado, una especie de red de conexiones que unen eventos según un sistema que apenas podemos percibir, están manipuladas por la mano invisible de los lavacerebros del Instituto Tavistock y de la Escuela de Fráncfort.

El Instituto Tavistock de Relaciones Humanas es el brazo de la guerra psicológica de la familia real británica, a las afueras de Londres. Es la institución más importante del mundo destinada a la manipulación de la población. Según la historia oficial de la Clínica Tavistock:
«En 1920, bajo la dirección de su fundador, el doctor Hugh Crichton-Miller, la clínica contribuyó de manera significativa a los esfuerzos por entender los efectos traumáticos de la "neurosis de guerra".» [13]
En los años treinta, el Instituto Tavistock desarrolló una relación simbiótica con el Instituto de Fráncfort de Investigación Social. La colaboración mutua los llevó a analizar la cultura de una población desde un punto de vista no freudiano. El nazismo fue simplemente uno de sus «pacientes tendidos en el diván del psiquiatra».

En resumen, Hitler era el prototipo del hombre de Jung, que cedía su razón al inconsciente y que daba la bienvenida a la divina locura como el propio Jung aconsejaba. Jung estaba impresionado por el meteórico ascenso de Hitler al poder, y reconocía que el dictador «debía de haber captado una energía extraordinaria en el inconsciente teutón». [14] En marzo de 1934, por ejemplo, Jung se refiere al «formidable fenómeno del nacionalsocialismo, que todo el mundo contempla con asombro». [15] Jung sugiere más adelante que el inconsciente ario posee «mayor potencial» que el de los judíos.

Hitler, dice Jung, «literalmente había puesto a toda Alemania en pie». En un ensayo escrito en 1932, celebra el «don de líder» del Führer en contraposición con las «masas indolentes y siempre secundarias, que no son capaces de hacer un solo movimiento en ausencia de un demagogo». En 1936, Jung se percató de que Hitler era uno de los elementos wotánicos (en referencia a un antiguo dios germánico) que se había reprimido anteriormente:
«Lo impresionante del fenómeno alemán es que un único hombre, que obviamente está poseído, ha contagiado a una nación entera hasta el punto de que todo se ha puesto en marcha y avanza hacia la perdición. »[16]
¿Era posible que Jung no se diera cuenta de cuál era la verdadera naturaleza del nazismo? Difícilmente. En 1938, cinco años después del ascenso de Hitler al poder, Jung lo calificó de «visionario» y «chamán o hechicero realmente inspirado» cuyo poder era «mágico más que político», un «vehículo espiritual», el «primer hombre en decir a todos los alemanes lo que ha estado todo el tiempo pensando y sintiendo en su yo inconsciente acerca del destino de Alemania». Y añadió: «el poder de Hitler no es político, es mágico».

Cuando, en junio de 1940, Francia se rindió a Alemania —la fecha, que coincide con el solsticio de verano, no les pasó inadvertida a Jung ni a otros místicos nazis—, Jung exclamó con entusiasmo: «Es el amanecer de la Era de Acuario!» Menuda ironía, que fuera precisamente Carl Jung quien acuñara la frase que más adelante iba a ser tan corriente, cuando llegara la "Nueva Era".

Ni que decir tiene que los nazis representaban una minoría de la población de Alemania, incluso cuando estaban en el poder. ¿Qué fue de los denominados «alemanes buenos» que cooperaron con el terror de Hitler? ¿Cómo se consiguió tal cosa? Pues del mismo modo que hoy, y todos los días, se hace con nosotros, mediante la difusión de información a través de los medios de comunicación de masas. Y el más universal de los medios de comunicación de masas era la radio. De hecho, los nazis, una vez que estuvieron instalados en el poder, ordenaron la fabricación y la distribución masiva de receptores de radio económicos para toda la población del país. Esto es lo que significa en realidad «audiencia de masas». El concepto que subyace en dicho término es el mismo del que hablaba Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, el de que «las personas que participan en el fenómeno de masas son susceptibles de ser sugestionadas, de perder la conciencia moral y, por lo tanto, de verse abrumadas por la experiencia de la masa». Los lavacerebros lo llaman «agresividad humana institucional»; lo cual, según personas como Freud, demuestra que las personas, nosotros, somos animales llevados hacia la destrucción. Según Freud, esos impulsos destructivos forman parte «de la naturaleza animal del hombre». Según él, el propósito de la sociedad es «regular y controlar mediante diversas formas de coerción los estallidos de esa bestialidad innata frente a la cual la mente humana se siente totalmente impotente». La idea principal de Freud era que «las masas pueden organizarse en torno a estímulos de las emociones. El estímulo más poderoso es el que va dirigido al inconsciente, que tiene el poder de dominar y apartar a un lado la razón».
«Las masas nunca han tenido sed de la verdad», escribió Freud, refiriéndose a las masas de mente primaria que se mueven en función de las necesidades elementales. «Exigen ilusiones y no saben prescindir de ellas. Constantemente dan prioridad a lo irreal sobre lo real; están influidas por lo falso casi con la misma intensidad que por lo verdadero. Tienen una evidente tendencia a no distinguir entre ambas cosas.»
Freud, en su Psicología de las masas y análisis del yo, afirmó que las inhibiciones y actitudes morales de un individuo pueden desaparecer cuando forma parte de una masa. Lonnie Wolfe relata de manera sucinta la historia de la supuestamente impactante experiencia de masas de Freud, capaz de gratificar las emociones:
«Freud afirmó, además, que en dicha circunstancia, con la razón dominada por lo emocional y sin posibilidad ni voluntad de buscar la Verdad, la persona que forma parte de una masa pierde su conciencia moral, o lo que Freud denomina su ideal del ego.» 
Para Freud, esto no es necesariamente malo «ya que la conciencia moral, o el superego, hace que el hombre reprima, contra natura, sus instintos animales elementales». Y afirma que esa represión produce neurosis.
«Inmerso en una muchedumbre organizada alrededor de emociones, el individuo mostrará su tendencia a "dejarse llevar", a liberarse de todas las inhibiciones morales y sociales. Aislado, puede que sea un individuo cultivado; pero como parte de la masa es un bárbaro; es decir, una criatura que actúa por instinto.
» Así pues, la clave del lavado de cerebro colectivo consiste en crear un entorno organizado y controlado donde «sea posible aplicar estrés y tensión a fin de destruir el juicio moralmente informado y así lograr que la persona sea más propensa a la sugestión». [17]
Lo que hay que señalar aquí es que, al ser parte de la masa, la persona reacciona a la situación en función de una serie de puntos de referencia emocionales, sin pensar. En el caso de la Alemania nazi, en millones de hogares se oía por la radio la voz de un solo hombre, Adolf Hitler. El hecho de que toda Alemania estuviera oyendo su voz al mismo tiempo daba más fuerza al mensaje. El oyente, al formar parte de una experiencia colectiva, lo absorbía literalmente como un conjunto de puntos de referencia emocionales y no racionales. Los discursos de Hitler se encuentran entre los primeros acontecimientos de masas de la historia, y estaban orquestados con tanto cuidado como cualquier evento de la historia moderna.

Tanto Tavistock como la Escuela de Fráncfort prestaron mucha atención a las técnicas de propaganda nazis y las incorporaron de buena gana a sus investigaciones. El objetivo de este proyecto, tal como se afirma en Disonancias: introducción a la sociología de la música, de Adorno, consistía en
«programar una cultura de masas como forma de control social extensivo que fuera degradando poco a poco a sus consumidores».
La aplicación de sus investigaciones sobre la conducta humana iba a desembocar, una década más tarde, en una importante e irreversible revolución cultural de Estados Unidos.
«Los lavacerebros llegaron a la conclusión de que los hechos divulgados por los medios de comunicación de masas habían conseguido que la gente dejase de creer en la realidad y estuviera dispuesta a aceptar sin espíritu crítico lo que se dijera, información que, de haberla oído en otro contexto, con toda probabilidad habría rechazado.»
Ahora, vuelva a pensar en la época actual. ¿No le parecen demenciales algunas de las cosas que nos han dicho quienes nos gobiernan? Armas de destrucción masiva en Irak, que unos mulás iraníes han lanzado amenazas contra la seguridad de Estados Unidos, que el dirigente libio Muammar el Gadafi da Viagra a sus soldados para que violen a las mujeres que están tomando parte en la rebelión, que han dado muerte a Osama Bin Laden. Explica Wolfe:
«Durante la Segunda Guerra Mundial, Bruno Bettelheim, un neofreudiano, publicó un análisis psicológico del período nazi a petición de la red de lavacerebros asociados con el Instituto Tavistock. Bettelheim explica que en una situación de incertidumbre y terror extremos, la persona se retrotrae a un estado cada vez más infantil. En dicho estado, los prisioneros de los campos de concentración nazis llegaron a imitar las actitudes y los manierismos de sus opresores, los guardias de las SS. En una versión ampliamente divulgada de su libro El corazón bien informado [The Informed Heart], indicaba que la vida fuera de los campos de concentración reflejaba la desintegración psicológica que estaba teniendo lugar dentro de los campos: los ciudadanos alemanes estaban volviéndose más infantiles, menos capaces de actuar como adultos razonables.» [18]
En El corazón bien informado, Bettelheim escribe lo siguiente:
«El "buen alemán" tenía que ser invisible y mudo. [...] Una cosa es comportarse como un niño porque se es un niño [ ... ] y otra muy distinta ser adulto y obligarse a asumir una conducta infantil. No era sólo la coerción de los demás para que uno se volviera impotente y dependiente, sino también una cuestión de doble personalidad. La ansiedad que sufría el hombre, su deseo de proteger la vida, lo obligaba a renunciar a lo que en última instancia era su principal posibilidad de sobrevivir: la capacidad para reaccionar y tomar decisiones apropiadas. Pero al renunciar a esto dejaba de ser un hombre y se convertía en un niño. Sabía que para sobrevivir debía decidir y actuar, pero no actuaba precisamente para sobrevivir, y este conflicto lo abrumaba de tal manera que terminaba perdiendo absolutamente el respeto por sí mismo y los sentimientos de independencia. » [19]
Al final el experimento nazi fracasó, y a los propios nazis, un grupo de psicóticos gnósticos, tuvieron que destruirlos las mismas fuerzas que los habían encumbrado al poder. Entretanto, el Tercer Reich dio lugar a un tremendo cambio de conciencia en el planeta, un cambio de paradigma, si se quiere.

Aunque el ocultismo y la política llevan mucho tiempo siendo compañeros de cama, desde los tiempos en que José interpretaba los sueños del faraón o el rey Saúl consultaba a la bruja de Endor, o incluso antes, en los templos astrales de Nínive y Babilonia, el mundo estuvo muy cerca de soportar una «sectocracia» industrializada en forma de Tercer Reich. Merece la pena repetir en este punto que el partido nazi no era un partido político tal como lo entendemos en general, sino una secta. La apropiación de lo oculto por parte de los nazis fue un peculiar conglomerado de astrología, francmasonería, racismo basado en el ocultismo y folclore popular de Europa (los cátaros, el Santo Grial, los caballeros templarios, las leyendas artúrícas).

Fuerzas siniestras que operan en contra de la humanidad. En Le matin des magiciens [La mañana de los magos], uno de los libros más explosivos de los años sesenta, los autores identificaron dichas fuerzas empleando términos paranormales, pero siempre vinculándolas con las fantasías fascistas de Hitler,
Himmler, Rosenberg, Darre y Hess. Descaradas fantasías de lo oculto que se convirtieron en políticas de gobierno y dieron lugar al Holocausto y a la Segunda Guerra Mundial. Que murieran varios millones de inocentes a causa de ese retorcido sueño es la mayor tragedia del siglo XX. Pero los autores insistieron en que bajo la superficie del Tercer Reich había algo, una fuerza siniestra que durante un tiempo había conseguido salir a la luz gracias a los magos nazis de las SS. El fenómeno de «coincidencia» o de lo que Carl Jung denominaba «sincronicidad» era la prueba más clara de que estaba actuando dicha fuerza, lo cual, según sugerían los autores, podía constituir la base de un «concepto nuevo de la historia». [20]
«Y cuando todo terminó, quienes impusieron este horror al mundo intentaron, valiéndose de los medios de comunicación de masas, echar a sus víctimas la culpa de los crímenes cometidos. A los alemanes, a quienes los nazis, a través de la oligarquía, habían torturado y sometido a un lavado de cerebro en masa, se los acusó de ser los culpables colectivamente de todo lo ocurrido. A resultas de ello se sentó en el banquillo a la nación entera y se la juzgó por criminal, violadora y asesina en masa.»[21] 
Y mientras a nosotros nos dijeron que aquello no debía volver a suceder nunca más, los lavacerebros de centros como el Instituto Tavistock ya estaban trabajando en secreto en una herramienta nueva y mucho más potente de lavado de cerebro, la televisión, que iba a ayudarlos a organizar su «superestado» fascista sin necesidad de la superestructura nazi, que ya había dejado de ser socialmente aceptable. Pero claro, ¿cuántas personas entienden esto en realidad? ¿Cuántas personas se percatan de que la percepción de la realidad que tiene la mayoría, sobre todo en el terreno de la política, no es suya? Está ladinamente manipulada e impuesta por los Hombres de Detrás del Telón. La mayoría de la gente no lo sabe, y seguramente en ello tiene mucho que ver el lavado de cerebros.

Continúa aquí.

NOTAS

1.Harley Schlanger, «Who owns your culture?», Fidelio, verano de 2003.
2. Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
3. Ibid.
4. Ibid.
5. Gustave Le Bon, The Psychology of the Crowd, Transaction Publishers, Nueva Jersey, 1995.
6. Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
7.Sigmund Freud, Future of an Ilusion, Horace Liveright, Nueva York, 1928.
S. Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
9. Wagner, K.V., Carl Jung Biography (1875-1961), 2008.
10.Coward, H. G., Mystics and scholars: The Calgary conference on mysticism, Wilfred Laurier University Press, Waterloo, 1977.
11.Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
12.Ibid.
13. Eric Trist, The Formative Years, The Founding Tradition, Pre-War Antecedents, en moderntimesworkp la ce. com .
14.Anthony Stevens, Jung: A very short introduction, Oxford University Press, Oxford, 1994.
15.CV X, párrafo 354.
16.SW, párrafo 388.
17.Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
18.Ibid.
19.Bruno Bettelheim, The Informed Heart, Avori Books, Nueva York, 1960.
20.Jacques Pauwels y Louis Bergier, Le matin des magiciens, Gallimard, París, 1960.
21.Lonnie Woffe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.

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