Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Instituto Tavistock XIV: Cómo las élites crean la opinión pública

Viene de aquí.

ENCUESTAS PARA DAR Y TOMAR

A principios del siglo XX, las palabras «propaganda» y «guerra» eran sinónimas. Esto no fue accidental. Formaba parte del esfuerzo por socavar el legado judeocristiano mediante la «abolición de la cultura». Hubo dos hombres que por lo visto unieron los conceptos de propaganda y guerra en una única técnica. Uno fue Walter Lippmann, probablemente el comentarista político más influyente que ha existido. Lippmann pasó la Primera Guerra Mundial en el centro de propaganda y guerra psicológica de Wellington House, a las afueras de Londres. Fue Lippmann quien en 1922 dio significado al concepto de «estereotipo», vinculado al concepto jungiano del «arquetipo». Los estereotipos [ideas o modelos simplificados] pueden ser creados, y manipulados, por los gurús de la comunicación de masas y de la guerra psicológica. El objetivo es que la víctima no piense con demasiada claridad ni profundidad en las imágenes que recibe, sino que reaccione, a la manera de Paviov, al estímulo que le transmiten éstas. El otro, Edward Bernays, sobrino de Freud y uno de los fundadores de las técnicas de manipulación de la opinión pública. En palabras del propio Bernays:
«Por supuesto, fue el asombroso éxito obtenido por la propaganda durante la [Primera] guerra lo que abrió los ojos a las pocas personas inteligentes que había en todas partes y les permitió ver las posibilidades que ofrecía el hecho de controlar la opinión pública. [ ... ]
Nos gobiernan, moldean nuestra manera de pensar, forman nuestros gustos, sugieren las ideas, fundamentalmente, hombres que no conocemos de nada. Sea cual sea la actitud que escojamos adoptar a ese respecto, sigue siendo un hecho que en casi todo lo que hacemos en la vida cotidiana, ya sea en la esfera de la política o del trabajo, nuestra conducta social o nuestro pensamiento ético, estamos dominados por un número de personas relativamente pequeño, una fracción diminuta de los ciento veinte millones [ciudadanos de Estados Unidos en aquella época], que entienden los procesos mentales y las pautas sociales de las masas. Son ellos quienes manejan los hilos que controlan la manera de pensar del público y quienes aprovechan las antiguas fuerzas sociales e inventan formas nuevas de controlar y dirigir al mundo. » [45]
Durante la Primera Guerra Mundial, cuando era joven, Bernays trabajó para el CPI, Committee on Public Information [Comité de Información Pública] de Estados Unidos, un aparato de propaganda estadounidense, de ingenioso nombre, movilizado en 1917 por el Gobierno de Estados Unidos para crear una imagen, una necesidad, publicitarla y vender la guerra a la confiada población diciéndole que «haría del mundo un lugar seguro para la democracia».
«A pesar de los cientos de miles de jóvenes de Bretaña que fueron sacrificados en los campos de batalla de Francia, prácticamente no hubo oposición a la sangrienta guerra. Los documentos de esa época muestran que para 1917, justo antes de que Estados Unidos entrara en la contienda, el 94 por ciento de la clase obrera británica, que estaba soportando lo más duro de la guerra, no tenía la más mínima idea de por qué luchaba, aparte de la imagen creada por los manipuladores de los medios de comunicación que afirmaban que los alemanes eran una raza horrible, empeñada en destruir a su monarca y a su país, y que tenían que ser barridos de la faz de la tierra.» [46]
Desde entonces, todas las guerras, incluida la «guerra contra el terror» que vivimos en la actualidad, ha hecho uso de idénticas técnicas de propaganda en los medios de comunicación de masas. De esta manera, la irracionalidad alcanzó la categoría de conciencia pública. Luego, los manipuladores se apoyaron en esa conciencia para minar y distraer la comprensión de la realidad que gobierna toda situación dada. Y cuanto más complejos se volvían los problemas de una moderna sociedad industrial, más fácil resultaba aportar distracciones cada vez mayores, de modo que las incoherentes opiniones de los ciudadanos, creadas por hábiles manipuladores, se convirtieron en hechos científicos.

Hoy, las encuestas de opinión pública, como los informativos de la televisión, están completamente integrados en nuestra sociedad. En menos de veinticuatro horas se puede fabricar un «estudio científico» de lo que se cree que dice la gente acerca de un tema. La mayoría de las encuestas anunciadas por los principales grupos de medios de comunicación del mundo, como CBS-NBC-ABC-CNN-Fox, New York Times, Washington Post, la revista Time, Newsweek, Financial Times, Wall Street Journal se coordinan, de hecho, en el National Opinion Research Centre [Centro Nacional de Investigaciones de Opinión], donde, para sorpresa de la mayoría, se creó un perfil de cada una de las naciones del mundo.

La idea de «opinión pública» no es nueva, por supuesto. Hace más de dos mil años Platón habló en contra de ella en su República; Alexis de Tocqueville escribió extensamente acerca de la influencia que ejerció en Estados Unidos a principios del siglo XIX. Pero antes del siglo XX a nadie se le ocurrió «medir» la opinión pública y, antes de los años treinta, nadie pensó en servirse de dichos análisis para tomar decisiones.

Resulta útil detenerse un momento a reflexionar acerca de este concepto.
«Creer que la opinión pública puede ser un factor determinante de la verdad es filosóficamente una locura. Excluye la idea de la mente racional del individuo. Toda mente contiene la chispa divina de la razón, y por lo tanto es capaz de hacer descubrimientos científicos y de entender los descubrimientos de otros. Por consiguiente, la mente de cada individuo es una de las pocas cosas que no pueden "promediarse".
Téngase en cuenta que en el momento del descubrimiento creativo es posible, si no probable, que el científico que hace el descubrimiento sea la única persona que tenga esa opinión acerca de la naturaleza, mientras que las demás tengan una opinión diferente, o ninguna. No podemos ni imaginar lo que habría sido una "encuesta realizada de modo científico" del modelo de sistema solar de Kepler poco después de que éste publicase su obra La armonía del mundo: 2 por ciento a favor, 48 por ciento en contra, 50 por ciento no sabe, no contesta». [47]
A pesar de su improbable tesis central de los «tipos psicoanalíticos», los métodos de interpretación de encuestas de la Escuela de Fráncfort se volvieron fundamentales para las ciencias sociales, y lo siguen siendo en la actualidad. De hecho, la adopción, en los años treinta, de estas técnicas nuevas, supuestamente
científicas, se extendió en las encuestas de opinión pública, en gran parte financiadas por Madison Avenue. Ello se debe a que las opiniones son fáciles de calcular. Se puede preguntar a un grupo de personas cómo «se siente» respecto de algo o si consideran que tal o cual afirmación es cierta o no. Se suman los «síes» y se restan los «noes», y la cantidad más grande resultante se convierte en el consenso, que representa aparentemente la opinión de la «mayoría». Así pues, la afirmación de que «América dice NO a las drogas» refleja un consenso fabricado por los encuestadores a favor de la élite económica, que de hecho es la que más fomenta el consumo de drogas en el mundo; tal como he demostrado repetidamente en todos mis libros. Pero, por muchas que sean las personas que coincidan o discrepen respecto de algo, no por ello ese algo es verdadero. Después de estudiar las cifras que dan las encuestas realizadas en Estados Unidos, Emery y Trist han llegado a la conclusión de que «la gente se comporta según el consenso». Las masas de la chusma están tan dirigidas e influidas por las encuestas, que «no se atreven a incumplir ese contrato social; han de hacer lo que los demás perciben que deben hacer, porque hacer lo contrario causaría angustia psicológica». Y concluyen diciendo que las encuestas «dan sentido a su.vida». [48]

Tras la Segunda Guerra Mundial, Paul Lazarsfeld, director del Bureau of Applied Social Research [Oficina de Investigaciones Sociales Aplicadas] de la Universidad de Columbia, fue pionero en el uso de las encuestas para analizar desde el punto de vista psicológico la conducta de los estadounidenses a la hora de votar. Para las elecciones presidenciales de 1952, las agencias de publicidad de Madison Avenue, apoyándose en el trabajo de Lazarsfeld, estaban a cargo del control de la campaña de Dwight Eisenhower. Las elecciones de ese año fueron también las primeras que se celebraron bajo la influencia de la televisión, que, tal como había predicho Adorno ocho años antes, había adquirido un poder increíble en un plazo de tiempo muy corto. Batten, Barton, Durstine & Osborne —la legendaria agencia de publicidad BBD&O— diseñó todas las apariciones de campaña de Ike para las cámaras de televisión, con tanto cuidado como lo hizo con las concentraciones de Hitler en Núremberg. Los anuncios de un minuto fueron los primeros en satisfacer las necesidades de los votantes, consensuadas a través de las encuestas.

Desde entonces, esta bola de nieve no ha dejado de rodar. Todos los programas de la televisión y de publicidad en los años cincuenta y sesenta fueron diseñados por hombres y mujeres que se habían formado en las técnicas de alienación en masa de la Escuela de Fráncfort. Frank Stanton pasó directamente del Radio Project a convertirse en el líder más importante de la televisión moderna.

El objetivo tras este tipo de manipulaciones sociales es averiguar cuán sensible es el público a las directrices de políticas administradas por la élite.
«Si queremos que la gente crea algo, lo único que tenemos que hacer es organizar una encuesta que diga que tal cosa es así, y después darle publicidad, preferiblemente por televisión.» 
El que habla es Hal Becker, del Future Group.

Se nos llama «público objetivo», y lo que miden los encuestadores es el grado de resistencia que se genera ante lo que aparece en el informativo de la noche. Los resultados de las encuestas construidas con sumo cuidado, y transmitidas a la población a través de los medios de masas, proporcionan la base para modelar una opinión. Todo forma parte del complicado proceso de fabricar una opinión creado por Tavistock y descrito en uno de sus manuales como
«el mensaje que llega a los órganos sensoriales de las personas en las que se desea influir».
Fue este amplio aparato el que transformó a la mayoría de los estadounidenses, que jamás había oído hablar de Sadam Husein y tenía una idea muy vaga de Irak, un país situado en algún lugar de Oriente Próximo, en un pueblo que pedía su sangre a gritos y reclamaba acabar con Irak como nación. Cómo pudo ocurrir esto, se preguntará usted. Ocurrió porque esa imagen de Sadam, el enemigo número uno del mundo, pasó a ser la imagen del mal gracias al poder de la televisión.

De igual modo que Hitler y Stalin representaban la imagen de la maldad. ¿Qué tal si hacemos un pequeño test? ¿Quién, en su opinión, es actualmente el enemigo? ¿Gadafi? ¿Hugo Chávez? ¿Putin? ¿O su prójimo? Nos hemos convertido en el enemigo, en el origen de la destrucción de la sociedad.

Si usted cree en el malvado Freud, «no todos los hombres son dignos del amor». El siniestro movimiento ecologista, con su visión inhumana del hombre, afirma de modo explícito este mismo hecho en su despreciable propaganda.
«Salvemos a los animalitos. Matemos a las personas.»
Y aún así, seguimos sin comprenderlo. ¿Por qué? Porque desde que se inventaron las encuestas, los métodos empleados en ellas no han cambiado. Los temas complejos se reducen a disyuntivas simples (Sadam Husein es malo. ¿Está usted de acuerdo?). Sin embargo, ¿en qué se basa esta afirmación? ¿En la visión de quién? ¿Cómo se define la maldad? Desde el punto de vista de la población iraquí, las tropas estadounidenses invasoras son malas, y Sadam, bueno. Esta clase de preguntas encaja directamente en el perfil de la Europa occidental y de Estados Unidos: «No te compliques, idiota.»

Estarnos hablando de la psicología de masas freudiana y del uso que hace del infantilismo, del comportamiento animal, del sentimentalismo, diseñados para dejar a un lado el poder de razonar que poseen las personas, guiadas por el criterio moral y la eterna búsqueda de la Verdad universal. De hecho, en lo que se refiere a la televisión, la cuestión de la verdad nunca ha sido realmente un problema. La televisión no se ocupa de la «verdad», sino de crear una realidad. Da absolutamente lo mismo que las imágenes vistas en televisión sean reales o copiadas y pegadas de sucesos del pasado, porque la gente cree que son reales, inmediatas y por lo tanto verdaderas. Por ejemplo, con ocasión del terremoto que tuvo lugar en Japón en marzo de 2011, los medios de comunicación mostraron imágenes de supermercados vacíos afirmando con todo descaro que Japón estaba soportando el peor racionamiento de agua sufrido desde la Segunda Guerra Mundial. Y, sin embargo, las imágenes de los supermercados vacíos procedían de material de archivo y tenían poco que ver con el terremoto y con la falta de agua embotellada. De este modo, la realidad que nos transmiten los informativos vespertinos eclipsa todas las noches la Verdad. Emery y Trist indicaron que
«cuanta más televisión ve una persona, menos entiende, más acepta, más se disocia de su propio proceso de pensamiento [ ... ] La televisión es mucho más mágica que ningún otro producto de consumo, porque vuelve normales las cosas y empaqueta y homogeniza aspectos parciales de la realidad. Construye una realidad aceptable (el mito) juntando ingredientes en gran medida inaceptables. Enfrentarse al mito equivaldría a reconocer que somos ineficaces e incapaces, que estamos aislados [...] Las imágenes de la televisión terminan siendo la verdad».
De este modo, las historias transmitidas en nuestro informativo favorito de la noche sirven para reforzar nuestra opinión de cómo es y a qué huele el mundo que nos rodea. ¿Y qué opinión es ésa? Que vivimos en un mundo de violencia y perversión indecibles; que los seres humanos son criaturas degradantes y violentas que asesinan, violan, destruyen y esparcen odio por dondequiera que van, en nombre de cualquiera que sea la filosofía que esté de moda en cada momento.

LA LENGUA DE LOS IDIOTAS

¿Alguna vez ha prestado atención a la forma de hablar que se utiliza en los informativos? No, ¿verdad? En realidad, todos los informativos del mundo occidental siguen la misma pauta lingüística: verbos simples, ristras de nombres y muy pocas frases largas. Frases cortas, vocabulario sencillo. En otras palabras, citas jugosas. «El presidente no va a presentarse a la reelección», dice el locutor, «les daremos más detalles dentro de media hora». Esto también es deliberado. Por medio de la lengua, de su belleza y su complejidad, «el hombre transmite las ideas y los principios de su cultura de una generación a otra». [49]

La jerga de la televisión es aristotélica, se limita a nombrar los objetos como si estuvieran en un universo fijo, finito: hombre, perro, delincuente, presidente, coche, bomba, economía, malo, bueno.
«No está en marcha el pensamiento creativo, no hay ningún intento de estimular el intelecto, sino de imprimir una imagen en el cerebro de la persona. » [50]
Y eso es lo que se llama lavado de cerebro. Sin embargo, el lavado de cerebro a través de la televisión no es algo que suceda de la noche a la mañana, sino más bien es un efecto acumulativo que se da a lo largo de un período de tiempo y que consigue cambiar la forma de pensar de nuestra sociedad. ¿No me cree? Pues mire a su alrededor y piense qué pasaba una generación atrás.

El lenguaje de los informativos de la televisión tiene su origen en el trabajo lingüístico que se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial como parte de la Revolución Definitiva de H. G. Wells; la eliminación de todos los idiomas nacionales a favor del «inglés elemental», el futuro idioma del mundo, con un vocabulario de tan sólo 850 palabras. El lingüista británico C. K. Ogden creó este despreciable concepto de la lengua inglesa y afirmó que la mayoría de las personas no entendía la complicada forma en que se habla en la actualidad. Algunos personajes de los altos niveles de la oligarquía británica, Churchill entre ellos, vieron el posible valor que el concepto de Ogden podía tener en el lavado de cerebros. A través de un inglés «elemental» se podría transmitir, a través de los medios de comunicación, un mensaje sencillo a un gran número de personas,
libre de pensamientos complejos que pudieran estorbar.

En el mundo futuro de Wells, «el inglés que más se habla y se escribe hoy en día es muy diferente del inglés de Shakespeare, Addison, Bunyan o Shaw; ha perdido los últimos vestigios de complicaciones tan arcaicas como el modo subjuntivo».

Sin embargo, la capacidad humana de plantear hipótesis y de razonar con creatividad se convirtió en una fuerza para introducir mejoras en el orden impuesto por la naturaleza y, por lo tanto, no puede encasillarse dentro de un vocabulario de 850 palabras. A través de las lenguas adquirieron sentido los estados nación, y a través de ellos, nuestra búsqueda de la Verdad. En la Grecia antigua, en el diálogo de Platón titulado Menón, Sócrates hace aflorar la genialidad innata del joven esclavo animándolo a resolver el problema de cómo duplicar un cuadrado. De ese modo demuestra que la esclavitud es injusta y pone de manifiesto la naturaleza creativa de la especie humana. Aristóteles, en contra de Sócrates, que estaba a favor del imperio y suponía que el hombre no tenía alma, sostuvo que la naturaleza destina a algunos a ser esclavos y a otros a ser amos.

Tavistock sabe que las ideas son más poderosas que las armas, los fusiles, las flotas de barcos y las bombas. Con el fin de asegurarse la aceptación de sus ideas imperialistas, Tavistock pretende controlar la forma de pensar de la gente, sobre todo en temas científicos, el campo donde la capacidad humana de plantear hipótesis y de razonar con creatividad tiene el poder de introducir mejoras en el orden de la naturaleza. Si uno es capaz de controlar la forma de pensar de la gente, podría controlar su forma de reaccionar ante las cosas que ocurren, sean cuales sean. Este proceso se denomina «cambio de paradigma», un vuelco en el conjunto de ideas preconcebidas que se tiene de la sociedad.

Históricamente, la lucha por preservar la lengua, considerarla piedra angular de las repúblicas estados-nación, se remonta a un dramaturgo italiano, Dante Alighieri. Es importante tener en cuenta el hecho de que la gente del Renacimiento italiano hablaba una lengua que doscientos años antes no existía, una lengua inventada por el poeta Dante Alighieri. Dante, que vivió entre 1265 y 1321, se esforzó por inventar una lengua que fuera capaz de resucitar las ideas más profundas del pensamiento humano, aun cuando en su propia era terminara por suicidarse. El suicidio, de hecho, ocurrió cuando la banca se hundió por culpa de las familias Bardi y Peruzzi.

Si Dante no hubiera tenido el don de dominar la lengua italiana, a la que dio forma tomando más de un millar de dialectos locales, no habría existido el Renacimiento. La divina comedia de Dante fue más allá de la poesía trovadoresca. Su seguidor, Francesco Petrarca, hizo evolucionar la lengua un poco más con la invención del soneto. Pero Petrarca encargó a su amigo Boccaccio un proyecto distinto, llamado El Decamerón. El Decamerón se escribió con el fin de evitar que la sociedad italiana en su totalidad se sumiera en el pesimismo cultural y se extinguiese durante la epidemia de peste negra de 1340 y años posteriores. Consiste en una serie de relatos satíricos, muchos de ellos bastante subidos de tono, que cuentan la tragedia del suicidio de Europa de forma tal que la gente se ría de sí misma y repita los relatos, en vez de repetir la conducta que había sido la causa de su perdición. Y así aprendió la gente el italiano de Dante.

En 1375, Geoffrey Chaucer asistió a una conferencia de Boccaccio acerca de Dante, y salió con la idea de hacer él lo mismo con el inglés. Y así nacieron los Cuentos de Canterbury, que recogen una serie de graciosos relatos contados a lo largo de una peregrinación religiosa a la iglesia de Canterbury. Los ingleses, que eran tan licenciosos como los italianos, también empezaron a repetir dichos relatos, y de ese modo aprendieron a hablar inglés. Más adelante, Shakespeare tradujo el soneto de Petrarca al inglés. El inglés culto que conoce usted es en gran medida italiano, una especie de nieto del italiano de Dante.

Más tarde llegaría una figura del humanismo cristiano, Erasmo de Rotterdam, que alentó a uno de sus alumnos, François Rabelais, a que hiciera en Francia lo que había hecho Boccaccio en Italia y Chaucer en Inglaterra. Y así nació el asombroso personaje de Gargantúa, y con él la lengua francesa. Y en español tenemos el gran ejemplo de El Quijote. De esta forma, la lengua, creada por los poetas, levantó el ánimo a una población que hasta entonces estaba dominada por la ignorancia y por lo tanto aplastada por el poder. De hecho, fueron las lenguas las que crearon las naciones, y no al revés.

LA GUERRA DE LA BRECHA GENERACIONAL

Las personas que están en la sesentena pertenecen a la generación del baby boom. En otras palabras, aunque estas personas no fumen hierba ni tengan relaciones sexuales con animales extraños, siguen perteneciendo a esa generación, en el sentido de que la mayoría acepta los valores que son comunes a ella. Y entre los valores que son comunes a esa generación se encuentra la aceptación del importantísimo papel de los cambios de las políticas culturales que tuvieron lugar durante ese período. Uno de esos cambios de políticas fue la desindustrialización de Estados Unidos. Una sociedad desindustrializada es una sociedad sin futuro, porque la única manera de que un estado-nación que se respete a sí mismo pueda ser verdaderamente independiente es que sea capaz de proporcionar bienestar a sus ciudadanos. ¿Cómo hicieron las personas que dirigían el mundo para imponer esa desindustrialización a la sociedad? Pensemos en el perfil de la población de Estados Unidos.

La generación que cuenta con la escala de valores morales más sólidos de toda la historia de Estados Unidos es la que luchó en la Segunda Guerra Mundial. Sus integrantes nacieron antes de que llegara la televisión. Tenían los cerebros más difíciles de lavar. De modo que fueron sus hijos, los del baby boom, quienes se convirtieron en el objetivo de los lavacerebros. De hecho, con la llegada de la televisión, los hijos de esa generación han sufrido toda la vida el lavado de cerebro. Recordemos cuál era la meta de los lavacerebros: volver más infantil a cada generación, más animal, más amoral, y por lo tanto más fácil de controlar. El mundo del que formamos parte hoy en día es más convencional, menos concientizado, más sensacionalista y más despectivo. Todo el empuje del pensamiento moderno se ha empleado en reducir el ámbito de la responsabilidad moral individual. La conducta humana se ve cada vez más como el producto de fuerzas impersonales. No podía ser de otra forma.
«Tenemos unos padres que fueron educados por la televisión, que han criado a unos hijos que han sido educados por la televisión, unos hijos que ahora empiezan a tener hijos a su vez; tres generaciones consecutivas sometidas al lavado de cerebro de la televisión y que no recuerdan haber vivido algo distinto. » [51]
Piénselo. La gente nunca ha asimilado del todo la televisión. La mística, que debería haberse vuelto rancia, es cada vez más fuerte. Nuestra brújula moral ha cambiado tanto, que convertimos en famosos no sólo a las personas que causan los acontecimientos, sino a quienes los escenifican en la pantalla, a quienes interpretan en playback canciones de toda la vida en un estudio ante un público escogido a dedo y a actores en paro que venden bisutería de tres al cuarto, yogures y desodorantes en las pausas publicitarias de reposiciones de películas antiguas.

Y ahora que ha cambiado nuestra brújula moral, hay una cosa que nos ha pasado a nosotros y ha pasado con nosotros. La televisión, en sí misma, ha ocupado el puesto del progenitor. El televisor ha pasado a ser el moralizador. Empezó diciendo a la gente lo que tenía que hacer. De repente, el comportamiento de los hijos —las drogas, el sexo, la conducta antisocial— ya no parece tan escandaloso como antes. Se ha vuelto más fácil racionalizarlo, explicarlo con la ayuda de los mensajes contenidos en la programación de la televisión.
«Y cuando los adultos se han vuelto infantiles, les resulta más fácil aceptar el infantilismo de sus hijos.»
LA GUERRA CULTURAL

A continuación vamos a echar una ojeada a las personas que crean el contenido ideológico del lavado de cerebros. Dichas personas son expertos en la guerra cultural, crean los sistemas de valores que a su vez son impuestos a la sociedad mediante los mecanismos de lavado de cerebro, como la televisión. La mayor parte de ellos se encuentra en la franja de edad comprendida entre los treinta y cinco y cuarenta y cinco años. Es decir, ¡los propios programadores han sufrido un lavado de cerebro a lo largo de cuarenta años de televisión! Por lo tanto, no debemos imaginarnos a un grupo de ancianos arrugados de noventa años sentados en una habitación en penumbra, cogidos de las manos y mirando una bola de cristal, planificando el futuro del mundo. La cosa no funciona así. Es más bien un grupo de imbéciles infantiles, con zapatillas deportivas y el pelo cortado a la moda, sentados en una sala provista de aire acondicionado que da a la Gran Manzana, barajando ideas para los principales programas que van a sacar en la pequeña pantalla el año que viene.

Cuando se les ocurre una idea, se la pasan a otro grupo de imbéciles infantiles que se llaman guionistas, que plasmarán esa idea en una serie de diálogos simplones, llenos de nombres y de verbos sencillos. A continuación, ese producto se pondrá en manos de los productores y los directores para pasar a producción. Esto se hace así en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Canadá y Europa occidental. Incluso culturas milenarias orientales como la japonesa cuentan con una versión propia de todas las comedias de situación americanas, grandes y pequeñas, adaptadas a su mercado.

Cuando la serie ya está diseñada y el guión ya está escrito, se insertan los mensajes de lavado de cerebro como tales. Los imbéciles guionistas y productores de ideas se fían de «expertos» de Tavistock y de la Escuela de Fráncfort, que actúan de «asesores» de la mayoría de los programas. Por ejemplo,
«no puede mencionarse a los homosexuales sin antes consultar al "Grupo Especial para los Derechos de los Gays", que se cerciora de que dicho tema se trate con "sensibilidad". De forma parecida, todas las series para niños, y eso incluye toda la programación de Disney, cuentan con psiquiatras infantiles que ayudan a dar forma al contenido». 
Además, todas las idioteces ecologistas se han incluido también en los guiones de las series de televisión, en las películas y en los informativos. Tomemos por ejemplo un thriller de ciencia ficción de Hollywood, de 2008, El incidente, en la que Mark Wahlberg es el actor principal. Trata de «un hombre que se pone en camino con su esposa y su mejor amigo, acompañados por la hija de éste, intentando escapar de un inexplicable desastre natural. El argumento gira en torno a una misteriosa neurotoxina que hace que todo el que se expone a ella se suicide».[52] El mensaje es fácil de discernir. Las personas son enemigos de la naturaleza, y el planeta Tierra está rebelándose contra nosotros, mata despiadadamente al enemigo.

Quienes protestan y se oponen a semejantes idioteces sufren el rechazo y las burlas de sus compañeros de trabajo, sus amigos y sus familiares. Si usted no ha quedado totalmente convencido, habrá adoptado una postura tolerante o, por lo menos, no habrá hecho ningún comentario y habrá quedado como la solitaria voz de la razón, ¿No es verdad?
«La comunidad de personas "creativas" de Nueva York y Hollywood es lo que los lavacerebros denominan un grupo carente de líder. No son conscientes de las verdaderas fuerzas externas que los controlan ni de que les han estado lavando el cerebro a lo largo de cuarenta años de televisión. Creen que son libres para crear, pero lo cierto es que sólo son capaces de producir banalidades. En última instancia, estos creadores de nuestros programas de televisión, para obtener la "inspiración creativa", recurren a su propia experiencia y a sus propios valores, que han pasado por un lavado de cerebro.» [53] 
Hubo un productor a quien le preguntaron cómo decidía lo que salía en sus series que respondió: «Imagino que yo soy el público. Si me gusta a mí, siempre pienso que también va a gustarle al público.» Y así es. ¿Cuántas personas de las que ven la televisión son conscientes de que lo que ven en la caja tonta es un reflejo de los valores morales y la conciencia de las personas que lo han ideado?

Echemos un vistazo a los dos programas más «populares», a los que más atención han acaparado en los últimos diez años: Operación Triunfo y Gran Hermano. ¿Por qué son tan populares? Se podría sospechar que por el contenido en sí, una idea nueva y sorprendente, pero puede que el motivo sea también la aceptabilidad social. O incluso, lisa y llanamente, a la promoción por los medios. Cada uno de estos programas, aunque afirma aportar generosidad, igualdad de oportunidades y una dosis de diversión, confirmada por los índices de audiencia, no tiene ningún argumento nuevo ni ofrece ninguna razón poderosa para que el público presente en el estudio, los participantes del programa y todas esas gentes sencillas que lo ven en casa, no debieran estar encerrados por el resto de su vida en un psiquiátrico.

A todas luces, Operación Triunfo, un prototipo cultural dirigido a los crédulos y a los enfermos, tiene un éxito tremendo. Los participantes son más guapos, más taimados, más calculadores, más diabólicos y más sagaces, en cuanto a manipulación se refiere, que sus predecesores: el triunfo de una rebuscada forma de ser «famoso» de la televisión, un ejercicio de pueril distorsionismo.

De hecho, la televisión ha dado categoría a la «fama», que pocas personas alcanzan. Y qué es un «famoso», sino el seudoevento por antonomasia, inventado a propósito para satisfacer nuestras exageradas expectativas de lograr la grandeza humana. Esta es la suprema historia de éxito del siglo XXI y su búsqueda de los espejismos. Se ha fabricado un molde nuevo, para que los modelos humanos vendibles, los «héroes» modernos, puedan ser fabricados en masa a fin de satisfacer al mercado, y sin impedimentos de ningún tipo. Las cualidades que actualmente convierten a un hombre o a una mujer en una marca «publicitada por todo el país» constituyen de hecho una nueva categoría de vacío humano.

El mundo al que nos hemos asomado está, en cierto modo, más allá del Bien y del Mal. Es un mundo de sentimentalismos, de cambios radicales, de personas dispuestas a derramar una lágrima justo antes de la pausa publicitaria y después volver con una visión animosa de una vida en compañía de la familia, para poner fin al programa. Es un mundo de post-baby boom, de posparadigma y de post-realidad. Lo que tenemos, por consiguiente, es un conflicto entre la generación de los padres y la generación más joven, la de los adultos jóvenes. No se trata de un conflicto de prejuicios, sino de un conflicto de realidades.
«Para acercar las estructuras de valores de las dos generaciones, estaba el televisor del cuarto de estar. Y qué nos dijo: que nos comprometiéramos, que aprendiéramos a hablar unos con otros. Nos procuró consuelo, en medio de un mundo que se desmoronaba y cambiaba. » [54]
Como conclusión, sólo puedo decir que el éxito que obtuvo Operación Triunfo en captar la atención de la gente ha de ser reflejo del deprimente estado de ánimo de nuestra época, un momento histórico caracterizado por una falta de reflexión que no tiene precedentes, un momento en el que la búsqueda del conocimiento puede ser poderosamente instigada empleando el argumento de que a los beneficiarios (el público televidente) no se los puede ayudar, por su limitación cognitiva innata, su bajo cociente intelectual.

Y luego está Gran Hermano. Los hay que afirman que cada programa es un drama moral en miniatura, en el que el público abuchea al malo y respalda a los buenos. El programa insiste en eso; el tono, un salto atrás al modelo anterior, que ha logrado resistir el paso del tiempo, es casi siempre conspiratorio. Los bobos son más santurrones, más vehementes y más paranoicos. En vez de decir cosas inexcusables y confiar en caer bien como sea al espectador, explican sus penurias y exponen su caso, algo muy poco razonable, teniendo un público tan abyectamente idiota. A mí me resulta inquietante ver a unas personas que permiten que se las utilice como pañuelos de usar y tirar. Pero claro, es que en nuestra cultura basura todo el mundo se apropia de conceptos profundos para fines superficiales. Un triunfalismo inicial que da paso a un derrotismo resentido, eso es la España de hoy, vista a través del prisma de una moralidad estadounidense intrusivamente globalizada, terapeutizada y cocacolizada.

Atacar los programas de entretenimiento de una cultura terapéutica es una forma de atacar sus valores: publicidad por encima de logros, revelación por encima de comedimiento, sinceridad por encima de decencia, victimismo por encima de responsabilidad personal, confrontación por encima de civismo, psicología por encima de moralidad. Según una fuente de televisión muy bien informada, cuanto más intelectual es un programa, más espectadores terminan bostezando y abandonándolo. Pero claro, eso ya lo sabemos. ¿Y por qué habríamos de sorprendernos? En esta sociedad, lo vergonzoso conduce a la fama y el pecado es uno de los mstrúmentos de la movilidad social. Y escalar en sociedad es la forma moderna de actuar.

En el diccionario de la Real Academia Española se define al famoso como «persona que llama la atención por ser muy singular y extravagante». Esas personas que llaman la atención, intoxicadas por una importancia peripatética, son cómplices de esta farsa. Hace cuarenta años, Daniel Boorstin, en su libro The Image. A Guide to Pseudo-Events in America, afirmó que la revolución gráfica de la televisión había distinguido la fama de la grandeza, que generalmente requería un período de gestación durante el cual se realizaban grandes hazañas. Dicha distinción aceleró el deterioro de la imagen de la fama, que acabó convirtiéndose en mera notoriedad, algo de plástico y muy perecedero.

La doctrina del triunfalismo de los «famosos» es inherente al caso; procede del supuesto de que a todo el mundo le caen bien los ricos y los seudofamosos. La mayoría de los seudofamosos saben que su vida es una farsa. Su situación es precaria sin remedio. Intentan vivir de la dignidad derivada de un concepto
anacrónico, al mismo tiempo que cultivan el carácter regio de un famoso de la era democrática. Ese supuesto es el que hace que el circo de los «famosos» ponga los pelos de punta. Los seudofamosos saben que deben su carrera a la industria del famoseo, saben que su susceptibilidad ante la prensa sensacionalista se adapta bien a una cultura basada en ésta, saben que todo ello se sustenta en la mala fe. Y aun así, los índices de audiencia siguen subiendo...

Siempre hemos tenido una veta de mirones. La nuestra ha sido siempre una cultura de quedarnos mirando con la boca abierta. Cuando venía el circo a nuestro pueblo, acudíamos a ver a la mujer barbuda y al hombre albino. Pero ahora queremos formar parte del circo: la mujer barbuda y el hombre albino, todo en uno. Y puede que sea precisamente lo más acertado en este momento, un momento en el que el sórdido discurso de la cultura de la prensa sensacionalista ha dado paso a violentas arremetidas de enanos barbudos y de criaturitas de dos metros de altura, que con toda seguridad llamarán la atención de los minusválidos intelectuales (la capacidad de razonar es bastante opcional). Lo anormal es normal y volverá enseguida, después de la publicidad.

Aunque me resulta inquietante el anacronismo de este circo de variedades, todavía me angustia más la falsa ingenuidad que lo invade todo. Tanto los organizadores como los participantes omiten hechos, usan mallas palabras y no parecen estar dispuestos a admitir las consecuencias de sus actos. Nunca he visto nada que sea más impropio, por lo grotesco, que ese simulacro de confesión. La confesión empezó teniendo lugar en un habitáculo pequeño y oscuro, provisto de una celosía que separaba al sacerdote del penitente. Ahora sigue teniendo lugar en un habitáculo pequeño y oscuro, y también hay una celosía, pero está abierta a nuestro cuarto de estar. En este nuevo entorno, las mismas personas violan su intimidad y sacan todo lo que tienen dentro, no para obtener la absolución sino para publicitario a los cuatro vientos. De hecho, estamos viviendo en un mundo donde el exhibicionismo pasa por distinción, y la columna de sociedad se ha convertido en el palmarés de la fama...

André Malraux estaba convencido de que el III milenio iba a ser la era de la religión. Yo diría más bien que va a ser la era en la que por fin nos liberemos de la necesidad de tener una religión. Pero dejar de creer en nuestros dioses no es lo mismo que empezar a no creer en nada. Para creer, debemos aceptar la riqueza del hombre, su intensidad existencial, su inmortalidad, su eternidad, y no un milenarismo sectario, simplista y visceral. De todas las lenguas, la única que es eterna es la del pensamiento. La memoria salva a las personas del olvido. En cambio, el peligro que lleva esto aparejado es que falte el requisito previo: una curiosidad derivada del respeto hacia otras culturas profundamente ajenas.

Ésta no es una lección magistral sobre lo que está sucediendo actualmente en España, pero es una lección crucial. El debate público está cada vez más en manos de retrasados mentales. Esta lamentable situación ha desempeñado un importante papel en el cambio de valores de nuestra sociedad. Una vez más nos preguntamos: ¿En qué consiste dicho cambio? En apartar al ser humano del lugar que por derecho le corresponde en el universo: el epicentro. El ser humano debe saber que es un animal, para poder controlarse como tal. Los lavacerebros de Tavistock llegaron a una brutal conclusión: la mente humana es simplemente una
pizarra en blanco que evita el dolor y busca el placer. Apoyándose en ese punto de vista el Instituto Tavistock desarrolló sus peculiares técnicas para crear una «psicología de masas».

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NOTAS

45.Edward Bernays, Propaganda (1928), Ig Publishing, Nueva York, 2004.
46. John Coleman, Private Papersfrom War Office in Whitehall, Londres, re. WWI.
47. Michael Minnicino, «Frankfurt School and Political Correctness», Fidelio, invierno de 1992.
48.Los principales encuestadores de hoy en día -A. C. Neilsen, George Gailup- empezaron a mediados de los años treinta. Otra importante agencia de encuestas es Yankelovich, Skelley and White. Daniel Yankelovich halló la inspiración en el libro de David Naisbett titulado Trend Report, que le fue encargado por el Club de Roma.
49.Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federczlist, 1997.
50.Ibid.
51.Ibid.
52. http://en.wlkipedia.org/wikl/The-Happening-%282008Ji1m %29.
53.Lonnie Wolfe, «Turn off your TV», New Federalist, 1997.
54.Lonnie Wolfe, «Turn of your TV», New Federalist, 1997.

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